Por Anna Puig, psicóloga de la FETB en el CDIAP de Gràcia
Los límites, y la relación que establezcamos con ellos, será algo que nos acompañará a lo largo de todo el proceso vital: durante la infancia, la adolescencia y la edad adulta. Y tendrán un peso importante en cómo nos estructuramos y funcionamos como individuos.
La historia de vida de los padres o tutores/as influye en la crianza. Así, la forma en que unos padres ponen límites tendrá que ver con la propia experiencia y relación con los límites (propios y de los demás).
Algunos de los motivos por los cuales puede resultar difícil poner límites a los niños/as en los primeros años de vida son:
- Dificultad para tolerar la frustración de la criatura.
- Desacuerdo entre los padres o tutores/as sobre qué límites establecer y cómo hacerlo.
- Pensar que al establecer límites interferimos o dificultamos el crecimiento.
- Falta de referentes (no querer repetir el estilo de crianza con el que fueron educados).
- Relacionar los límites con el autoritarismo.
- Momentos vitales difíciles.
En los primeros años de vida los límites cumplen una función protectora y estructuradora primordial para el desarrollo del niño o niña. A través de los límites, los adultos adaptarán un mundo que todavía les va muy grande a su medida, para que puedan explorarlo y desarrollarse con seguridad. Los límites que se ponen en casa constituyen el mejor entorno de pruebas para enfrentarse a los que vienen del mundo.
Los límites cumplirán por tanto las siguientes funciones:
- Aportar seguridad al niño/a y darle una estructura que permita comprender cómo funciona el mundo que le rodea.
- Favorecer el proceso de diferenciación y construcción de la personalidad.
- Favorecer el desarrollo de los procesos de regulación.
- Favorecer la tolerancia a la frustración.
- Favorecer el desarrollo de la empatía.
- Dar pautas de interacción y socialización que permitan integrarse en el grupo y desarrollar habilidades sociales.
Cabe destacar que, en estas primeras etapas del desarrollo, los límites deben ser necesariamente externos e inmediatos: deben centrarse en lo que ocurre aquí y ahora, ser coherentes y proporcionados, y es el adulto quien debe establecerlos y actuar de forma activa para hacerlos cumplir.
Por ejemplo, decirle a un niño o niña que no suba a un lugar peligroso sería la expresión verbal de un deseo, pero no un límite; para que sea un límite habrá que actuar activamente para evitar que trepe. Será bueno que esta acción vaya acompañada de una explicación y de un reconocimiento de la emoción de la criatura: «Tienes muchas ganas de subirte, pero no puede ser porque te podrías hacer mucho daño». Como hemos dicho, esta explicación por sí sola probablemente no sea suficiente y es necesaria una actuación por parte del adulto.
El buen trato al niño/a, amoroso y respetuoso, deberá incluir siempre unos límites claros, firmes y adecuados a su etapa evolutiva. No podemos esperar que las criaturas en sus primeros años de vida se autorregulen, ya que esta autorregulación es algo que irán adquiriendo progresivamente a lo largo del proceso de maduración y será entonces cuando, poco a poco, estos límites externos se irán interiorizando y podrán, si todo ha ido bien, autorregularse.