Por Àfrica Miquel, psicóloga de la FETB
A finales de verano los niños y adolescentes pueden estar inquietos, nerviosos, irritables… A veces sin ser demasiado conscientes de ello, pero todo esto puede indicar que de alguna manera están cansados de las vacaciones, ya se percibe el final de éstas, y a veces también necesitan volver a la rutina, a sus amigos y amigas. Para los padres, en cambio, se pueden haber hecho cortas, necesitaríais unas nuevas vacaciones.
Todos/as estamos un poco a la expectativa, nerviosos, descolocados… Por tanto, sería recomendable, pensando en la vuelta a la escuela o al IES, organizarse con calma y un poco de previsión para poder disfrutar al máximo hasta el último momento sin prisas de última hora.
Hasta donde sea posible, las familias podríais tener pensado u organizado con quién se quedarán vuestros hijos/as o qué harán cuando los padres ya trabajéis y ellos todavía no hayan empezado la escuela o instituto.
Uno de los aspectos que más se suele disfrutar de las vacaciones es no tener prisas, poder ir sobre la marcha, improvisar, pero cuando se acerca la vuelta a la rutina debemos ir reajustando horarios y dinámicas para que la adaptación sea más fácil.
También puede ayudar que vayamos hablando y anticipando, poco antes, lo que vendrá. Si podemos acercarnos a la escuela, sobre todo si no la conocen, les ayudará a ir más preparados/as y con una idea un poco más clara de lo que se encontrarán. Va bien, especialmente con los más pequeños/as, poder imaginar y poner una imagen a lo nuevo. En la misma línea, podéis preparar conjuntamente el material escolar, o dejar que elijan algo (la mochila, el estuche, etc.). Aunque dependiendo de su edad, podrán ser más o menos activos/as en este sentido.
Otro tema que puede angustiar o generar malestar son los deberes escolares, cuadernos de verano o, si vuestros hijos e hijas son mayores, pueden tener alguna asignatura pendiente para el próximo curso. Estas tareas deben intentarse ajustar de forma organizada a lo largo del tiempo de vacaciones, sabiendo que a menudo cuesta encontrar el momento, pero sin olvidar que es una temporada para descansar, disfrutar, huir del estrés y exigencias del día a día. Así que ayudadles a organizarse (si lo necesitan), pero sin presionar más de la cuenta.
Si los padres podéis acompañar a vuestros hijos e hijas a la escuela y recogerlos, sobre todo al principio, mucho mejor. Y paciencia: los nervios, el estrés, el cansancio, la añoranza del verano etc. que puedan tener los primeros días los volcarán en vosotros de diversas formas (reclamando más atención, o más espacio, mostrándose más cascarrabias, con dificultades en algunos hábitos como dormir, comer…).
Confiad en vuestros hijos/as, en su potencial y en el vuestro como adultos, sabiendo que estamos en un momento de transición. Si captan que sus padres los «dejan tranquilos», creen en ellos/as y en su autonomía, se sentirán más confiados/as en la separación y entrada a la nueva etapa.
Es un tiempo, según la edad, de una adaptación a un contexto nuevo cuando hay un cambio de etapa (EB, guardería, instituto) o de readaptación cuando es un año de continuidad, pero sea como sea es necesaria esta transición que significa también tener en cuenta sus necesidades y particularidades.
Cada niño/a tiene sus propias necesidades y ritmos, al igual que los adultos, pero generalmente los más pequeños necesitan más tiempo para despedirse y quedarse solos y tranquilos en la escuela. Sin embargo, siempre debéis poder despediros de vuestros hijos e hijas sosteniendo lo mejor posible sus resistencias y las vuestras propias si las tenéis.
No es fácil encontrar la manera de calmar su malestar ayudando a que se tranquilicen y, a la vez, evitar convertir el momento de separación en una escena dramática que nunca se acaba.
Con los mayores, los y las adolescentes también pueden sentir un cierto vértigo, combinado con la ilusión y el reto que supone acabar una etapa y la entrada en la secundaria. En ellos también debemos poder observar y leer entre líneas qué nos están comunicando a través de expresiones emocionales muy diversas; acogerlo y si es posible, darle un espacio y traducirlo.
Así pues, debemos pensar en tener tiempo y espacio mental. Es decir, intentamos proporcionar un espacio y un tiempo a nuestros hijos/as y a nosotros mismos/as como padres. Tiempo y espacio para disfrutar, escuchar y pensar, para adaptarnos y comunicarnos. ¡Tiempo y espacio de vacaciones, tiempo y espacio de familia!