Por Maria Àngels Capdevila, psicóloga sanitaria y psicoterapeuta de la FETB en el CSMIJ de Sant Andreu
La adolescencia es una etapa de tránsito hacia la vida adulta y que comporta muchos cambios en el crecimiento. Durante este período, el desarrollo hormonal condiciona la apariencia física, la sexualidad, la apertura a los demás, el interés por el mundo que nos rodea.
Las experiencias de relación vividas por el o la adolescente en la familia, con los amigos/as, en la escuela y en los diferentes grupos en los que participa van conformando el pensamiento, la afectividad, los valores, las emociones y la conducta, marcando un camino a lo largo de la vida.
El adolescente actual debe adaptarse a un mundo globalizado, poco estable, de cambios rápidos, sociales, de la mano de la tecnología, que va condicionando formas de vivir muy diferentes a las del pasado y a menudo lejos del modelo de referencia de los padres.
Sin embargo, el papel de los padres sigue siendo importante en esta etapa, en su función de educar y orientar a los hijos e hijas, promoviendo unas condiciones que favorezcan su crecimiento global.
Los límites resultan necesarios en la evolución de la personalidad del adolescente, para la vivencia de experiencias saludables y para promover una buena convivencia creativa con los demás.
Sin embargo, muchas veces los padres expresan que les resulta difícil poner límite al adolescente. Por ejemplo, la hora de volver a casa suele ser una de las situaciones que provoca enfrentamientos con los padres cuando éstos marcan una hora límite para volver a casa y el adolescente llega 30 minutos tarde porque su grupo de amigos/as se ha retrasado.
Al adolescente le mueve explorar, buscar nuevos conocimientos, nuevas experiencias. Necesita validarse ante los demás para ir conformando su personalidad adulta y esto hace que en muchas ocasiones busque traspasar aquellos límites que han sido puestos por los padres. En algunos casos, la transgresión de los límites supone una forma de oposición y sentir el triunfo ante una autoridad con la que no se identifica y se siente en gran desacuerdo.
En ciertas situaciones, su ansia y su impulsividad les hacen muy vulnerables al sufrimiento. Aparecen angustias, inseguridades de todo tipo, respecto de sí mismos, su cuerpo, su valía personal, la autoimagen… Se cuestionan valores familiares y vemos entonces cómo algunos/as pueden llegar a ponerse en situaciones de riesgo o bien mantenerse en dinámicas que no les son favorables (relaciones de pareja, experiencias con alcohol, drogas, sexo, etc.).
Todas estas vivencias generan en el adolescente diferentes malestares, sufrimientos y crisis, y son vividas con una gran ambivalencia: la necesidad de salirse solos/as y sin escuchar a los demás, pero al mismo tiempo también con una gran necesidad de los demás: de los amigos, del grupo, de la familia. El hecho de detenerse a pensar a menudo resulta difícil en esta etapa de tantos cambios, internos y externos.
La etapa adolescente decíamos que es una etapa de tránsito, también en el sentido de desprenderse de lo infantil, de organización de la personalidad y reconstrucción hacia la etapa adulta. Los límites del entorno que se han ido interiorizando en etapas anteriores contienen y ayudan a organizar el pensamiento y las actuaciones. En la adolescencia muchas veces se pone todo en cuestión, pero el haber adquirido unos criterios y valores da una estructura sobre la que ir construyendo a través de las diferentes experiencias que se van adquiriendo.
Es sabido que a los adolescentes no les gustan los límites, a menudo vividos como castradores de necesidades y deseos. En esta etapa, pensamos que los padres deben apoyar ayudando a pensar, dando orientaciones y criterios que apoyen el desarrollo y crecimiento como personas en convivencia, hacia la etapa adulta.
Algunas recomendaciones generales a los padres, a la hora de poner límites a la etapa adolescente:
- Establecer relaciones de confianza mutua que permitan alejar los miedos de padres e hijos/as.
- Poner pocos límites y explicar bien el sentido positivo que tienen, fomentando su comprensión.
- Propiciar espacios de relación y comunicación que permitan comprender los motivos del otro, con empatía.
- Ayudar a pensar y canalizar las distintas emociones: impaciencia, impulsividad, tolerancia a la frustración, pasividad, etc.
Cuando esto resulta difícil hay que valorar cuál es la fuente del malestar o malestares, preguntarse como padres: ¿Qué pasa que no me puede/no nos podemos escuchar? ¿Por qué siempre terminamos igual? ¿Qué hay detrás de estas explosiones de carácter? ¿Qué puedo hacer de forma distinta?
Es necesario entender entonces cuál es la base de las dificultades en las relaciones para promover cambios.