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DEPRESIÓN | REFLEXIONES DESDE LA DISCIPLINA DEL TRABAJO SOCIAL

La tarea pedagógica con la familia y el entorno más cercano del niño/a y joven es un factor de protección imprescindible para la recuperación psicosocial

Por Cesarina Ontiveros, trabajadora social de la FETB en los CSMIJ de Gràcia y St. Andreu y en el SAFE de Moncada

El proceso de afrontamiento de una enfermedad como la depresión puede ser largo y no exento de complicaciones. Cuando estamos ante un diagnóstico de depresión de un niño/a o adolescente es imprescindible promover la implicación de su familia o cuidadores/as en el camino hacia la recuperación.

El trastorno depresivo no es exclusivo de los adultos. Ver sufrir a un hijo/a es una vivencia dura que genera en los padres diversos sentimientos merecedores de ser entendidos, sostenidos y acogidos por los profesionales que trabajamos por la salud mental.

La tarea pedagógica con la familia y el entorno más cercano del niño o niña y joven que sufre una dificultad de salud mental se convierte en un factor de protección imprescindible para la recuperación psicosocial.

Los padres y cuidadores/as, con sus observaciones, pueden convertirse en los primeros predictores ante una posible dificultad de salud mental jugando, por tanto, un papel primordial a la hora de detectar las señales que nos alertan sobre la posibilidad de que el niño/a o joven  pueda estar sufriendo dificultades y así buscar la ayuda que necesitan.

La detección no siempre es fácil pues, en ocasiones, puede confundirse la tristeza con depresión y a la inversa. La clínica depresiva no siempre va de la mano de la tristeza. En el caso de los niños/as y jóvenes, los padres y cuidadores debemos poder estar atentos a otros síntomas tales como: cambios en el estado de ánimo, comportamiento reactivo, irritabilidad, ira y llantos. Cambios notables en el sueño, el peso, los hábitos alimentarios y otros patrones cotidianos. La pérdida de interés o abandono de las actividades que antes le gustaban, cancelación de planes con amigos y familia. Dificultades por concentrarse y por pensar que se pueden traducir en un bajo rendimiento académico, pensamientos o preocupaciones constantes que invaden al niño/a o joven. Observar que forman parte de un nuevo grupo de iguales que los padres nunca han conocido, hermetismo, señales de consumo de alcohol o de otras sustancias. Señales de autolesiones que trata de ocultar o no puede explicar de forma creíble, actividad o interés sexual que parece nuevo o más intenso que antes, pensamientos suicidas que deben llevar a los padres y cuidadores a buscar ayuda profesional inmediata.

A excepción de los pensamientos suicidas, debe tenerse en cuenta que un único síntoma de los anteriormente descritos no determina que el hijo/a esté experimentando una crisis que debe alarmarnos intensamente.

En el caso de los jóvenes, los cambios biológicos, incluyendo los hormonales por los que pasan todos los/as preadolescentes y adolescentes, pueden afectar a su estado de ánimo y a su rendimiento escolar y deberían poder diferenciarse, con ayuda profesional si es necesario, de otros síntomas más alarmantes.

Con el tratamiento profesional adecuado y el apoyo familiar, los niños/as y jóvenes que sufren un trastorno depresivo, habitualmente prosperan y mejoran.

¿Qué pueden hacer padres y cuidadores en la vida diaria del niño/a y joven?

  • Procurar unos hábitos saludables que incluyan las relaciones positivas con otras personas en el hogar y en el entorno escolar y social, ofrecer una dieta saludable, dormir las horas suficientes y propiciar el ejercicio diario teniendo en consideración que el simple hecho de andar es ya un ejercicio muy beneficioso para la salud mental especialmente si está en compañía.
  • Promover actividades al aire libre tanto en familia como en el grupo de iguales.
  • Promover la autoestima reforzando conductas concretas haciendo hincapié en aquello positivo.
  • Ayudarle a integrar y aceptar sus propios errores generando un mejor autoconcepto.
  • Fomentar la comunicación con el hijo/a con un diálogo exento de reproches que puedan propiciar culpabilidad y sentimiento de decepción y frustración.
  • Escuchar más que hablar evitando que el hijo/a se sienta juzgado o sermoneado.
  • Contener y acoger al hijo/a buscando maneras de evitar, en la medida de lo posible, que éste se ponga a la defensiva a la hora de comunicar.
  • Mantener una rutina y anticipar con el hijo o hija los cambios en la dinámica familiar para fomentar la seguridad que da poder prever.
  • Planificar eventos importantes y comentar temas agradables.
  • Reducir situaciones que generen inquietud, agitación, ansiedad y tristeza apoyándolo/la y tranquilizándolo/a.
  • Aceptar el “silencio”: es frecuente que los padres se sientan frustrados con el hermetismo del hijo/a y, en ocasiones, ante la impotencia que esta conducta genera, fuerzan conversaciones que pueden agravar el sentimiento de decepción, alimentando aislamiento y/o conflicto entre padres e hijos/as.

Es muy importante, a la hora de poder aplicar las orientaciones antes mencionadas, que los padres y madres cuenten con un espacio profesional propio y de confianza donde se puedan sentir guiados, orientados, entendidos, sostenidos y desculpabilizados, entre otras cuestiones.

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