Hay quien piensa que no es necesario, que puede resultar exagerado o hiperbólico desplegar grandes fiestas para reivindicar lo que debería ser una obviedad: el deseo de que se entienda que todo el mundo tiene no sólo el derecho, sino casi la obligación de sentirse, pensarse y quererse en y con libertad en cualquier momento y ámbito de la vida.
Habrá quien crea que no hace falta una escenificación, una bandera o un himno para hacer visible la diversidad, la libertad y la riqueza de una parte de la sociedad que rechaza los límites impuestos desde la intolerancia y el conservadurismo más oxidado.
Cada persona debería poder ser ella misma, sin más, y que el entorno no tuviera que preguntarse, cuestionar o hacer ningún intento o esfuerzo por entender o aceptar, simplemente ser también quien quiera y pueda ser, pero desde el respeto y el cuidado recíprocos.
Pero lo cierto es que sigue siendo necesario reivindicar esa “obviedad”, promover la tolerancia, el respeto, la diversidad, la libertad de elección. Y esto nos lleva inevitablemente a querer celebrar, con toda la luz y la alegría que consigamos reunir, para defender los derechos y voluntades, las formas de cada uno y las diferentes identidades: nuevas, antiguas, cambiantes, dúctiles, diversas, complejas y sencillas… Las propias de cada persona y cada colectivo.
Hay que celebrar que después de muchos años de lucha, de incomprensión, de odio, de oscuridad, cada persona pueda reivindicarse, reconocerse, ponerse en valor, aceptarse, gustarse, dentro de un entorno que, si bien tiene todavía mucho camino por recorrer, cada vez está más cerca de una convivencia basada en la tolerancia, la comprensión de las diferencias, el cuidado del otro/a.
La FETB se siente muy feliz de celebrarse a sí misma en toda su diversidad con todas y cada una de las personas que formamos parte de ella.
Por una sociedad orgullosa de su diversidad.